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domingo, 21 de enero de 2007

Una dura prueba para la democracia turca

El asesinato de Hrant Dink ha conmocionado a la sociedad turca, eso es indudable. Las manifestaciones en las calles de las principales ciudades del país, algunas de ellas expontáneas, (algo que por cierto no han publicitado tanto los medios de comunicación españoles...) han puesto de relieve el impacto que esta tragedia ha tenido para una buena parte de los turcos, en un momento en que todos los ojos del mundo (y sobre todo de Europa) están puestos en ese país, y precisamente en un tiempo en que los reaccios al acercamiento entre Turquía y Europa -en uno y otro lado- esperan cualquier oportunidad, cualquier error, cualquier acontecimiento, para gritar en su contra. Y en esto, no puedo evitar ver un simil con el acercamiento que propugnaba Hrant Dink, nacido turco pero de orígenes armenios, entre lo que aún hoy son dos viejos hermanos enemistados que siguen sin hablarse: Turquía, y Armenia. Con su muerte, muere no sólo un periodista y un intelectual: muere también un adalid del entendimiento mútuo, de la reconciliación, de la hermandad entre los pueblos. Con su muerte no sólo pierde la sociedad turca y la armenia. Perdemos todos.
Como español, no puedo dejar de ver también similitudes -salvando las diferencias- entre los tiempos que vivimos aquí a finales de los 70 y principios de los 80, en aquellos años en que salíamos de una época en que todo estaba dictado por otros y se perseguía el pensamiento y la crítica libres; fueron tiempos difíciles, en los que también hubo víctimas de los intolerantes, de aquellos que seguían en el pasado y querían que todos siguieramos también en él, de aquellos que no podían entender que alguien viera el mundo o este país de forma distinta a la suya. Pero la gente salió a las calles, y reaccionó. Y hubo protestas, y manifestaciones. La gente quería libertad, quería olvidar un pasado áspero, adelantarse a políticos y burócratas y empezar de nuevo. Y eso salvó nuestra incipiente democracia.
El asesinato de Hrant Dink ha puesto de relevancia, una vez más -y parece que siempre acabamos hablando de lo mismo- las tensiones y contradicciones que se viven dentro de la sociedad turca. El conflicto entre una sociedad que de un lado se niega a mirarse en el espejo del pasado, como si eso significara renunciar a sí misma, y que siente miedo ante el acercamiento a Europa, y otra parte de la sociedad turca que está harta de burocracia, de leyes contra la opinión, de nacionalismos intolerantes, y que cree que es hora de mirar al futuro.
Sin que sea mi intención establecer dos bandos, pues en realidad unas y otras tendencias se mezclan en el complejo entramado de la sociedad turca, la pregunta que se me antoja es: ¿Puede un pueblo mirar hacia adelante, progresar, pensar en el mañana, sin mirar al pasado y aprender de sus errores? La respuesta es, seguramente, no. Cuando negamos lo que hemos hecho, seguramente negamos parte de nosotros mismos. Algo nos arrastra y nos lastra, algo que queda pendiente ahí atrás sin que podamos soltarlo. Así hubo de hacerse en Europa tras la II Guerra Mundial y los crímenes cometidos por el nazismo (de los que todos fuimos de alguna forma responsables). Así se ha hecho en España (quizá no todo lo bien que debiera hacerse, eso sí) al reconocerse las barbaries cometidas contra la población indígena en la conquista de América, o el sufrimiento causado por ambos bandos durante la guerra civil. Y al hacerlo no nos hacemos más débiles, sino más fuertes; no sentimos vergüenza de lo que fuimos, sino orgullo por haber llegado a ser como somos. Porque sentimos que podemos mirarnos a la cara, aprender de todo en cuanto erramos, y caminar hacia adelante sin volver a equivocarnos.
Hay muchas personas en Turquía, intelectuales y pensadores de diversa talla, que argumentan que el llamado "genocidio armenio" no es tal, sino una serie de desmanes que ambos bandos -turcos y armenios- cometieron en el marco de las desgracias sufridas entre el fin de la I Guerra Mundial y el advenimiento de la República Turca de Atatürk... Bien, ábrase un debate nacional, sincero y abierto, en el que unos y otros expongan sus ideas, y sin ánimo de abrir viejas heridas sino -precisamente- para cerrarlas de una vez por todas, pueda llegarse a puntos de encuentro... Pero ese punto deberá alcanzarse con el debate, con la discusión libre de ideas y argumentos; nunca con leyes que establezcan qué es verdad y qué no, de qué puede hablarse... y de qué no.
La contradicción que actualmente sufre la sociedad turca en este ámbito viene de una clase política que de un lado teme disgustar a los nacionalistas y a la extrema derecha turca (incluído el ejército), y de otro no quiere alejarse de Europa. De leyes y juicios que penan cuestionar el pasado turco, llevando a intelectuales y a escritores ante tribunales con acusaciones absurdas que luego ni siquiera llegan a juicio por miedo a lo que dirán en Europa... La clase política turca actual sufre de "esquizofrenia", no sabe qué hacer, hacia dónde seguir... Transmite todas esas incertidumbres a una cada vez más confusa sociedad turca. Y el joven de 17 años que disparó el viernes a Hrant Dink no es más que un producto de esas contradicciones.
Sin duda el asesinato ocurrido el viernes -que ha estado en portada de medios de comunicación de todo el mundo- ha hecho mucho daño a la siempre denostada imagen de Turquía. Parece como si, con el simple acto minoritario de un individuo, toda una nación se viera señalada y desprestigiada; así ocurrió con las manifestaciones minoritarias de extremistas religiosos por la visita del Papa, que aparecieron en los medios de todo el mundo como si representaran el sentir de la sociedad turca... Es como si, de pronto, pareciese desandado todo el camino hecho hasta ahora. Seguramente ante los ojos de muchos en Occidente, que sólo quieran fijarse en lo inmediato y superficial, esto será una prueba más de que Turquía es un país "atrasado" e "incivilizado"... Bien, dejemos que lo piensen si quieren. Lo importante realmente, antes que pensar en el "qué dirán" los demás, es mirarse hacia adentro y sacar algo de provecho de todo esto. Lo importante es que la sociedad turca haya reaccionado... Y parece que lo ha hecho, que algo se ha visto sacudido, no en las declaraciones o en los discursos de los políticos; sino en las conciencias de las personas, de los ciudadanos y ciudadanas, que son quienes verdaderamente cambian una sociedad, y la impulsan hacia adelante.
Quizá todo esto se olvide pronto. Quizá el asesinato de Hrant Dink, como otros que ha habido, no sirva de nada. Yo, aun a riesgo de ser demasiado optimista, pienso que no, y que este acontecimiento marcará sin duda un antes y un después en la sociedad turca. Esperemos -yo lo espero- que para bien.
Ha llegado el tiempo para Turquía de tomar un rumbo. Un camino claro. Sin que eso implique renunciar a sus raíces, pero sí estar dispuesta a afrontar desafíos. No sirven ya las excusas, ni los argumentos -a veces con razón- de que otros que lo exigen no lo han hecho... Dé Turquía ejemplo, demuestre que es cuna de civilizaciones y que alberga una sociedad moderna, culta y tolerante. De su capacidad para hacerlo, y para serlo, depende su futuro.
Pablo

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